jueves, 2 de diciembre de 2010

Política en Platón

En la Grecia clásica no concebían la separación del ámbito ético y político. La distinción que actualmente asumimos entre: Ética, como lo relativo a la conciencia y el comportamiento individual; y política, como lo referente a la organización y conducta social no era compartida por los griegos. El primero que proclama abiertamente la separación de estas áreas es, en el Renacimiento, Maquiavelo.
Para Platón el comportamiento moral es inseparable del político. En buena parte porque tampoco se distingue entre individuo y ciudadano. El hombre es ante todo un ciudadano. Es en la ciudad donde se desarrolla como persona. Los griegos no concebían la dualidad individuo-ciudadano. No existe el individuo independiente de su ciudad. El individuo es siempre ciudadano. Tanto es así que una de las penas principales que la justicia podía imponer a un griego era el ostracismo, es decir, expulsarlo de la ciudad. Sin su ciudad el hombre no es nada, pierde su identidad.
Teniendo en cuenta esta vinculación entre individuo y Estado (ciudad) no nos debe extrañar que Platón realice un paralelismo entre alma y Estado. Cuando Platón concibe la estructura del Estado ideal lo hace imitando la estructura del alma. A cada una de las partes del alma le corresponde una en el Estado. Así como en el alma, a la parte racional le correspondía gobernar a las otras, en el estado habrá una parte encargada del gobierno de la ciudad: los Gobernantes. Si en el alma, la parte irascible se caracterizaba por obedecer, en el Estado habrá una parte encargada de obedecer y hacer cumplir las órdenes de los Gobernantes: los Guardianes (hoy corresponderían al ejercito y la policía). Y por último, la parte concupiscible del alma se corresponde con el escalafón más bajo del Estado: los Productores, encargados de aprovisionar la ciudad.
Los dos estamentos superiores deben vivir absolutamente consagrados al servicio de la ciudad. De tal forma que les está prohibida la propiedad privada y la familia, al ser éstas consideradas como elementos que pueden introducir la semilla del egoísmo y perturbar su tarea (mirar antes por lo suyo que por la ciudad). De esta manera se instaura una comunidad de bienes, mujeres e hijos para estos dos estamentos. Algunos estudiosos posteriores calificarán esta situación con el nombre de “comunismo platónico”.
Otro aspecto del paralelismo entre Estado y alma aparece cuando nos fijamos en las virtudes. Las mismas virtudes que eran propias de cada una de las partes del alma le corresponden a su semejante en el Estado. Así, la virtud propia de los Gobernantes, al igual que lo era para el alma racional, es la Prudencia, la de los Guardianes la Fortaleza y la de los Productores, la templanza. También del mismo modo, la Justicia será la armonía de las virtudes. Solo se logrará cuando cada parte del Estado cumpla con su función de forma virtuosa.
La parte más decisiva del Estado es la que ocupan los gobernantes (igual que en el alma la parte fundamental era la racional). ¿Quién debe gobernar la ciudad? El sabio, responde Platón. El sabio ha alcanzado el conocimiento de la Idea de Bien y, por tanto, conoce las causas de todo. Nadie podrá, mejor que el sabio, dictar las normas de convivencia que permitan alcanzar a los ciudadanos la felicidad, objetivo final del Estado. Hay otro motivo para confiar al sabio el gobierno. El sabio que ha contemplado las ideas ya no desea otra cosa que esa contemplación. A él no le corromperán ni el poder, ni el ansia de riquezas. El sabio es el mejor gobernante porque es el más desinteresado.
Si el sabio debe ser el gobernante la educación tendrá un papel fundamental en el Estado. Sin educación no hay sabios, es decir, sin educación no habrá buenos gobernantes. Solo la educación puede garantizar el buen gobierno y funcionamiento de la ciudad. La educación es planificada por Platón en varias fases: la elemental, que consistirá en gimnasia y música que educan el cuerpo y el carácter; la científica, a la que sólo pasarán los alumnos más aventajados, donde se estudia matemáticas, astronomía y armonía; y, por último, la dialéctica, a la que solo accederán los mejores de la fase anterior, que estudia las ideas. Solo los que superen todas estas fases algún día podrán ser llamados a gobernar. La educación describe en sus fases un camino ascendente desde lo más cercano a lo sensible-corporal hasta el estudio de las ideas.
En la República Platón pretende poner las bases de lo que debería ser un estado ideal. La forma ideal de Estado y de gobierno la hemos descrito anteriormente.
Sin embargo, esta forma ideal de gobierno puede degenerar y dar lugar a otros tipos de organización política. Lo que distingue un gobierno perfecto de uno que no lo es, es el egoísmo. Cuanto más penetre el egoísmo en la ciudad peor será su gobierno.
El Estado ideal de Platón podría etiquetarse bajo el nombre de Aristocracia, que significa: el gobierno de los mejores, para Platón, los sabios. Si en este gobierno se introdujera el egoísmo pasaríamos a otro tipo de gobierno: la Timocracia, que consistiría en el gobierno de los fuertes. Una mayor presencia del egoísmo nos llevaría a la Oligarquía: el gobierno de los ricos. En este tipo de gobierno triunfa la avaricia y la ciudad se divide en ricos y pobres. Esta división traería revueltas y nos conduciría a un sistema aún peor, la Democracia: el gobierno del pueblo. Este tipo de gobierno, para Platón, es nefasto porque el pueblo representa el estamento más alejado de la sabiduría (condición que consideraba imprescindible para el buen gobierno). Por último, la democracia nos llevaría a la anarquía y el libertinaje donde todos quieren hacer su propia voluntad. Para salir de esta situación caótica el pueblo se entrega en manos del Demagogo (el que proclama y promete lo que el pueblo quiere oír, con el único fin de agradar, sin preocuparse de la verdad) que acabará instaurando una Tiranía imponiendo un régimen de terror e injusticia. Éste es el peor de los gobiernos posibles pues todo el Estado está al servicio de los deseos egoístas de un solo hombre.

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